Bendición Religiosa 200º Revolución de Mayo

Celebración del Bicentenario 2010

Queridos hermanos y conciudadanos:
“Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2,5).

Los sentimientos de Jesús, que alude san Pablo, se expresan en su vida de servicio y de asociar a otros: su grupo más cercano estuvo formado por gente de orígenes y caracteres muy variados: pescadores de clase humilde, los hermanos, llamados “hijos de trueno”, uno apodado el zelota, quizás por su pasado revoltoso, un recaudador de impuestos, etc. Con su palabra y de su acción incluyó a judíos, a israelitas, a samaritanos, a gente al servicio del imperio romano, a griegos, a creyentes de otras religiones.  Algunos de fama y muy reconocidos, otros, los más, anónimos…

Todos se encontraron en el amor y la persona del Maestro, que les mostró un camino y los educó en una máxima fundamental: todos hijos; todos, hermanos. Hijos de un único Padre: Dios; todos entonces llamados a vivir la fraternidad universal.

Haciendo memoria de nuestros 200 años, hay muchas causas por las cuales nos hemos encontrado también nosotros a formar la comunidad de nuestra Patria.
Tenemos hoy la conciencia de un pasado que nos acomuna desde 1810, y de la búsqueda nada fácil de intentar forjar un destino común de nación.
Cuánta riqueza natural y humana ha contribuido a que podamos encontrarnos hoy.

Es un bicentenario, que nos trae también la memoria de nuestros pueblos originarios, para celebrar con ellos, muchos otros bicentenarios más. Nuestra cultura se enriqueció con el descubrimiento, con las sucesivas oleadas de inmigraciones. Y este camino histórico, con sus luces y sus dificultades, no ha anulado, sino han hecho más vivo el deseo de construir una nación en la justicia y la solidaridad.

Dios, fuente de toda razón y justicia (como dice el Preámbulo de la Constitución Nacional) ha garantizado nuestra convivencia. Y por esta convicción podemos afirmar que la fraternidad que nos une a todos por ser miembros de la familia humana, se refuerza y se dilata con el espíritu de la fe. La fraternidad es un don, y nuestro compromiso es hacer fecundo este don recibido. Esta es la esperanza nos llama a forjar la Patria.

Tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús, implica la mirada y convicción que todos somos necesarios y parte de esta construcción de Patria.
Podemos entonces, avanzar más y mejor en la reconciliación entre sectores y en la capacidad de diálogo que nos exige el momento presente.

Tener los sentimientos de Cristo Jesús
, significa adquirir un sentido de la vida inspirada en la entrega personal y en el compromiso ciudadano.
Podemos entonces alentar mejor el esfuerzo de pasar  habitantes a ciudadanos responsables, y sentirnos protagonistas de nuestro destino común.

En este sentido
, como nos advierte el Evangelio, ante al afán de poder, es necesario anteponer el servicio, como Jesús, que no vino a “ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mc 10, 45).
Con el servicio generoso, podemos fortalecer entonces las instituciones republicanas, las organizaciones de la sociedad; mejorar el sistema político y la calidad de la democracia.

Ante el afán del dinero o del tener, podemos aprender también de Cristo “que siendo rico se hizo pobre por nosotros a fin de enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9).
La solidaridad se vive al afianzar la educación y el trabajo como clave del desarrollo y de la justa distribución de los bienes.

Ante la tentación
de la ruptura o el desencuentro, nuestra vocación es buscar caminos de paz. Como Jesús mismo que a la vista de su ciudad, Jerusalén, insensible a su mensaje expresó: “Cuantas veces, he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a los pollitos bajo sus alas, pero tu no quisiste…” (Lc 13,34), y  lloró diciendo: “Si hubieras comprendido el mensaje de paz” (Lc 19,42).
En unidad, podemos entonces recuperar el respeto por la familia y por la vida en todas sus formas entre los argentinos.

Con esta esperanza y con estas metas, el reconocernos unidos en un pasado común, nos hace sentir ya responsables del presente y nos desafía a la construcción esperanzada de un futuro más digno e inclusivo.

Con una sincera búsqueda de encuentros, de esperanza y diálogo, renovemos los propósitos de la Constitución Nacional que en su Preámbulo se fija como destino:

“constituir la unión nacional, afianzar la justicia,
consolidar la paz interior, proveer a la defensa común,
promover el bienestar general,
y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad,
y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino, invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia”.

Nuestro destino es la felicidad que canta la Biblia:
   “Feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor” (Salmo 32,12).

Que el Señor, Dios y Padre,
por la prudencia de los gobernantes
y la honestidad de los ciudadanos
afiance la concordia y la justicia,

para que todos podamos gozar de prosperidad y de paz en esta tierra de bendición”. Amén.

Mons. Ramón Alfredo Dus, obispo de Reconquista, S.F.

 

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