
A continuación damos a conocer los testimonios que se compartieron en la Misa de inicio del camino sinodal.
Testimonio de la Hna. Guadalupe de la Eucaristía
Carmelita Descalza – Monasterio San José – Reconquista.
Como comunidad contemplativa de la Diócesis, las carmelitas queremos hacer con nuestra familia diocesana este camino sinodal que antes que nada es “un proceso espiritual” que requiere escuchar al Espíritu Santo, así como escucharse el uno al otro”.
Tanto el silencio como la oración son espacios privilegiados para escuchar…Sencillamente les quiero compartir dónde se apoya nuestra escucha de Dios.
La primera exigencia de la escucha es el silencio. Acallar todo lo que bulle dentro de mí, para acoger con nitidez la Palabra de Dios, la palabra del hermano, el mensaje de la creación, el mensaje de nuestro propio cuerpo. Hacer silencio no es fácil, es un camino arduo, pero hay que hacerlo si o sí. Cuando recibo un mensaje no tengo que estar pensando en mi respuesta, tengo que acoger, simplemente acoger y dejar reposar en mi interior…
En primer lugar. Escuchar a Dios. Escuchar su Palabra. Leerla pausadamente. Sobre todo, leer mucho el Evangelio, nunca ante ningún texto decir.:” esto ya lo sé”. Nunca terminamos de aprender y de hacer carne en nuestra carne el Evangelio. En comunidad siempre decimos que aún no aprendimos a vivir el Evangelio.
Dios Padre nos dice: Este es mi Hijo Amado, escúchenlo.
Y María Virgen nos dicen: Hagan todo lo que el les diga.
Y si somos hijos de Dios lo primero que tendría que resonar en nuestro interior el dolor del Señor que nos dice: ¿por qué no te dueles de mí?” Escuchar el grito de Dios en el mundo porque la humanidad entera gime con dolores de parto.
También Santa Teresa nos dice que desde nuestro silencio miremos que el mundo está ardiendo y entonces no tenemos que perder el tiempo en nuestra oración pidiendo cosas sin importancia.
El silencio ante la Palabra de Dios hará que nuestro corazón se llene de su Presencia y nos hará crecer en intimidad con El…y a transformarnos.
Escuchar al hermano, a la hermana
Todo hermano o hermana es tierra Sagrada de Dios. Acogerlo con amor, mirarlo a los ojos cuando habla, leer el mensaje de sus gestos, que cada palabra pronunciada me llegue al corazón. Nunca prejuzgar, ni escandalizarnos, al contrario, hacer todo lo posible por recuperar al hermano, a la hermana… siempre dar amor, comprensión, cercanía, calor de fraternidad. Que nunca nadie se retire de nuestro lado sin haber experimentado a un Dios cercano. San Juan de la Cruz nos enseña que en todo ser humano, aún en el más pecador, está la Presencia de Dios. Si El se retirara de nosotros dejaríamos de existir.
También aprendemos de Santa Teresa que El silencio ante nuestros hermanos hará crecer en nosotros el verdadero amor a Dios y a los demás.
¿Qué es fácil esto? No, no lo es, pero es posible con la ayuda del Señor. Que Él sea en nosotros.
Escuchar la creación
Escuchar lo que nos rodea, tantas cosas hermosas que nos unen al Creador y saber contemplar y descubrir la presencia de un Dios Padre que nos ama y que por puro amor nos regaló todo. Para este escuchar no tenemos que ir de prisa, sino, ir despacio, y este escuchar nos renueva el interior…Y aquí, siguiendo a San Juan de la Cruz podemos decir que nuestro silencio ante la creación suscitará en nosotros la verdadera alabanza a Aquel que con sólo mirar todas las cosas las dejó vestidas de su hermosura.
Escuchar nuestro cuerpo
Saber con humildad pedir ayuda cuando estamos cansados, cuando no encontramos sentido a nuestra vida, a nuestra fe, hablar “con valentía” también de lo que me pasa a mí. No somos héroes. Todos somos limitados. Muchas veces sucumbimos porque no nos escuchamos a nosotros mismos y porque no nos abrimos a los demás. Pero unidos en una sencilla y profunda fraternidad podremos hacer un mundo más humano, una Iglesia más mística pero precisamente por eso más abierta a la realidad. La experiencia mística genera empatía con el sufrimiento de Dios en el mundo. El silencio ante nosotros mismos nos hará conocer el hondón de nuestro ser habitado por el amor y la misericordia de Dios.
Creo que una espiritualidad sinodal es, por tanto, dialogante, que surge del silencio profundo y hace que las palabras y los gestos no sean huecos…vacíos.
Una espiritualidad sinodal es compartida, relacionada, donde nadie está por encima de nadie y la única autoridad es servicio a los más humildes desde el lugar más bajo que es el más universal.
El silencio nos llevará a escuchar toda la realidad con el corazón de Dios, verlo todo con sus ojos de amor y de misericordia. Mirando la realidad amorosamente la hacemos entrar en Dios, la hacemos permeable para Dios o le devolvemos su original transparencia, ya que todo nos habla del Creador.
Este escuchar implica una determinada forma de hacer comunidad, de estar en comunidad. En el fondo no es otra cosa que la vida teologal: existir creyendo, esperando y amando.
Entonces, tal vez tengamos que insistir más en cómo podemos dialogar, conversar, discernir juntos, para posiblemente llegar a esta armonía”.
Por último, con mis hermanas de comunidad, queremos ponernos al servicio de la diócesis para escucharlos hermanos y hermanas…y también para ayudarlos en este camino de silencio interior. No tienen más que llamar a la puerta de nuestro monasterio… estaremos contentas y felices de acogerlos…
Que nuestras vidas, en este camino sinodal, sigan siendo sostenidas por la savia del Espíritu de Dios.
TESTIMONIO DEL MATRIMONIO ELSA CORREA Y DIMA ALCARAZ del Barrio Itatí de Reconquista.
Nosotros trabajamos durante mucho tiempo en diferentes actividades, dentro de la capilla y fuera de ella, en nuestro barrio. Hacíamos visitas casa por casa, además teníamos un comedor comunitario los sábados y los domingos; pertenecíamos al equipo de Evangelización, a las Comunidades de Base, Grupo de Encuentros bíblicos, siempre con nuestro barrio, otros barrios de Reconquista y zonas cercanas.
Nosotros comenzamos a caminar en esto a través de una invitación que nos llegó por medio de una persona que conformaba el equipo de Evangelización para los criollos (así lo llamaban en ese momento) y consistía en llevar la Palabra de Dios a las zonas más alejadas de la zona urbana; así comenzamos a prepararnos y capacitarnos, teníamos algo de miedo al principio pero siempre estuvimos acompañados por los sacerdotes y las personas que trabajaban en Incupo, aprendimos a escuchar a Dios y a escuchar a la gente.
Un verdadero encuentro nace del escuchar las diferentes realidades, escuchar no es hacerlo con la oreja, sino con el corazón y en libertad.
Con el pasar del tiempo nos dimos cuenta que ya no éramos los mismos, no solo ayudamos a los demás sino que nos ayudamos. Porque aprendimos a
escucharnos como pareja y a escuchar a nuestros hijos.
Descubrimos que no solo socialmente éramos pobres, sino también espiritualmente. Aprender a sentir que sin Dios no somos nada y que importante es El en nuestras vidas, es lo más bello que un ser humano puede sentir.
El encontrarse con uno mismo, con el otro, te da la fuerza necesaria para seguir y transmitir que se puede salir y que hay esperanza. Que Dios nunca nos deja solo siempre nos acompaña.
La formación espiritual era personal y grupal. Los cursos que recibíamos eran también algunos de formación laboral (huerta, panificación, alpargatería)
Se ayudaba a que la gente lo conozca a Dios pero a la vez pueda encontrar
solución a los problemas que tenía. Con ellos se formaron varios comedores
comunitarios, cooperativas, mate cocido y huertas comunitarias, carreros).
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